Ecos de una ciudad sumergida.

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miércoles, 15 de febrero de 2012

REBOBINANDO..: CAN - Tago Mago (1971)




Corría 1971... En Alemania, unos jóvenes pero desmesuradamente talentosos músicos imbuidos de una docta y pulida educación artística intentaban llevar la música a nuevos niveles de vanguardia, poseidos por esa explosión de libertad creativa y nuevas ideas que fueron el símbolo de identidad de las décadas de los 60 y 70. Con el dios Stockhausen como maestro y la Velvet Underground de referencia inmediata, Can habían debutado en 1969 de la mano de Monster Movie, un notable disco cuya única pega eran las excesivas similitudes con las huestes de Lou Reed. Un año más tarde, y ya con el japonés Damo Suzuki como nuevo vocalista, editan Soundtracks, otro disco notable pero en el que todavía se veía a una banda en busca de su personalidad, o más bien intentando destruirla, porque si algo demostró Tago Mago es que era imposible describir la propuesta de los germanos reduciéndola a conceptos técnicos, analíticos, mundanos. Con Tago Mago la libertad absoluta, el genio creativo sin mesura, la divinidad incognoscible arribaron en el campo musical para dejar boquiabierto a medio mundo.

Karlheinz Stockhausen

En Tago Mago aconteció uno de esos casos de poderosa sinergia que a veces se dan en el rock, pero casi nunca con unos resultados tan espectaculares: uno de los mejores baterías que jamás hayan existido, Jaki Liebezeit, y su obsesión con aunar su experiencia en el free jazz con los ritmos percutivos surgidos de África. Irmin Schmidt, salido de la escuela del insigne Stockhausen, aportaba unos teclados que hacían de la seducción entre bambalinas su principal acierto (no por nada a este señor se le considera uno de los padres del ambient, especialmente por su labor en el grandioso y de profético nombre Future Days). Holger Czukay, también alumno de Stockhausen, era la cementación de Can mediante su poderoso sonido de bajo. Michael Karoli era el único que provenía de la escena rock de los 60, algo que hacía notar con una labor a las seis cuerdas que fusionaba un virtuosismo inusitado con un sobriedad puesta al servicio de las necesidades de la banda. Y por último la guinda al pastel, la última pieza que necesitaba Can para catalizar toda su energía potencial, el vocalista Damo Suzuki, con un carisma desbordante y una interpretación vocal indescriptible.


El resultado de esa unión de talentos fue un disco tan vanguardista que sigue sonando vigente cuatro décadas después, y que si me apuráis todavía está preñado de futuro, porque sinceramente no conozco a ninguna banda actual con la capacidad de lanzarse hacia delante en el tiempo como lo hicieron (y hacen) Can en Tago Mago. Un álbum que durante la hora y cuarto de metraje que alberga llega tan lejos en su depuración y eliminación de los esquemas preestablecidos y las fronteras, que podríamos hablar del ejercicio de des-creación más osado y exitoso jamás realizado. Viajando a la esencia misma del proceso de composición, ese lugar donde bullen ideas y energías en estado puro, el quinteto alemán, lejos de intentar canalizar ese inmenso potencial, abrió todas la ventanas y puertas que lo contenían y cabalgó sobre él sin miedo a morir abrasados por su fuego. De esa carga de caballería surgió una amalgama insólita en la que el clasicismo contemporáneo, el rock y las más extrañas visiones proféticas se daban la mano para chapotear en un multicolor lago de LSD. El álbum, cuyo nacimiento parte de la más absoluta improvisación, se va desplegando en irreales espirales hasta alcanzar cumbres de experimentación sorprendentes, evocadoras, inquietantes y de una fuerza arrebatadora. Abriendo de manera juguetona y engañosa, Tago Mago nos seduce con sus tres primeros cortes, pegadizos y de estructuras más "clásicas", pero en los que Damo Suzuki ya daba muestras de un carisma superlativo y una interpretación más allá del raciocinio. Paperhouse o Oh Yeah son claros ejemplos de ello, pequeñas joyas de brillo seductor que nos preparan para lo que va a llegar... Y lo que llega en primer lugar son los casi 20 minutos de Halleluhwah, una jam descomunal con alma de funk y cimentada sobre la hipnótica y compleja percusión de Liebezeit (me juego el culo a que Danny Carey de Tool se masturba todas las noches con esta canción). Tras ella, y sin estar preparados porque es imposible preveer algo así, nos caen encima los 17 minutacos de Aumgn, una de las obras cumbres de los Can experimentales, donde colisiona un maelstrom indescriptible de diferentes sonoridades con la voz de Suzuki, que en este corte nos muestra sus origenes acercándose a la interpretación vocal de los monjes tibetanos. Auténtica trascendentalidad lisérgica. Pero es que la cosa no queda ahí, ya que es el momento de O Peking y su espíritu demente, encarnado por un Suzuki completamente desatado, transformado en una fuerza elemental que copula sin miramientos con un trasfondo musical desquiciado, para el que yo sinceramente no tengo adjetivos. Pero tranquilos, que tras el clímax siempre llega el relajante cigarro, en este caso de la mano de la final Bring Me Coffee Or Tea, una hipnótica y preciosa canción en la que de nuevo el funk y la complejísima batería de Liebezeit nos bajarán las pulsaciones a un ritmo tolerable para nuestro maltrecho corazón. El colofón perfecto para un disco que si aún no tiene la categoría de clásico es porque todavía no se ha asentado en el tiempo, imposible cuando nos espera en algún momento dentro de 200 años. O más. 


Tago Mago es el arte cuando trasciende al mismo creador, pero a la vez es todo el potencial del ser humano entre surcos de vinilo, su corazón ilimitado. Sin él no podríamos entender ni el krautrock, ni la electrónica, ni el punk, ni la new wave... No podríamos entender nada. UN DISCO MÁS GRANDE QUE LA VIDA.


ESTA ENTRADA HA SIDO DENUNCIADA, OBLIGÁNDOME A SUPRIMIR EL ENLACE DE DESCARGA. SIENTO LAS MOLESTIAS.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Dioses absolutos e indiscutibles!!!

Belial dijo...

coño, Galactus!!

Cthulhu dijo...

Alexcore: Amén.

Belial: en efecto, la portada de su debut es uno de los copia-pega más sonrojantes de la historia,jajaj Aunque Galactus siempre será nuestro Devorador de Mundos favorito.