Ecos de una ciudad sumergida.

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miércoles, 26 de octubre de 2011

RUSSIAN CIRCLES - Empros (2011)



Hace poco comentaba con alguien lo difícil que este año se iba a poner elaborar la lista de los mejores discos del año, por la cantidad de grandes álbumes que han aparecido. También le decía que lo más frustrante era intentar ordenarla y que en cuestión de días volara por los aires con la salida de un nuevo discazo. Pues ha vuelto a ocurrir, y ojalá todos los problemas en la vida fueran así de placenteros. El cuarto álbum de Russian Circles era otro de los grandes nombres en la abultada lista de los discos más esperados de 2011, y con razón. Porque en el cada vez más saturado panorama del post-rock, donde la mayoría de bandas se limitan a repetir la misma manida fórmula hasta la extenuación o el sopor (lo que te sobrevenga antes), el trío de Chicago brilla con luz propia merced a una carrera caracterizada por la búsqueda de nuevas vías y sonoridades con las que dar cuerpo a una personalidad propia. Discos como Station (2008) y Geneva (2009) nos hablan de una formación no sólo inquieta, sino con demasiado fuego interno como para conformarse con los templados rescoldos de placidez que tanto gustan a los grupos del género. Esta tendencia hacia una música más pesada y enérgica se vio claramente en Geneva, uno de los mejores discos de su año. La entrada de Brian Cook como bajista en sustitución de Colin DeKuiper tuvo mucho que ver en esto, pues su labor en el álbum (con una presencia mayor y un sonido gordísimo) fue una de las claves de la grandeza del mismo. Tan sólo dos años después el trío regresa con el álbum que les puede aupar definitivamente al trono de un género necesitado de aire fresco.


Empros es la culminación de una búsqueda, la confirmación de que con valentía, esfuerzo y talento los resultados llegan. Sin necesidad de rupturas bruscas y a través de una evolución basada en la coherencia, el trío estadounidense nos presenta un álbum que es la continuación lógica de Geneva, pero subiendo un peldaño más en su búsqueda de la excelencia. Y es que creo no equivocarme al calificar Empros como el mejor disco de Russian Circles hasta la fecha. Nunca estos tres señores me habían sonado tan compenetrados, haciendo especial mención al trabajo espectacular que lleva a cabo el guitarrista Mike Sullivan. Porque si en Enter y Station todas las medallas fueron para la batería volcánica de Dave Turncrantz, y en Geneva fue Brian Cook el que nos dejó boquiabiertos con su labor a las cuatro cuerdas (hablamos de un ex-Botch actualmente en These Arms Are Snakes, señores), en Empros vemos explotar todo el enorme potencial de Sullivan para moverse por diferentes planos sonoros con una facilidad pasmosa. Riffs duros como el infierno, melodías preciosas y pasajes de minimalismo evocador trabajando unidos en favor de unas composiciones redondas, que sintetizan lo mejor que el post-rock puede aún ofrecer a nuestros saturados oídos. Manteniendo con maestría su don para manejar los momentos más bellos y reposados, Russian Circles han apostado por endurecer sus partes más enérgicas, hasta tal punto que Empros podría considerarse tanto un disco de post-rock como de post-metal. En temas como las iniciales 309 o Mlàdek, donde la sección rítmica suena más alta y más gorda que nunca acompañando los riffs furiosos de Sullivan, es imposible no pensar en bandas como Intronaut o Pelican. Esto no significa que el trío se hayan perdido en tierra de nadie, sino más bien que se han zambullido en un océano que bebe de ambos afluentes por igual. Algo que hace grande a la banda es que independientemente del álbum de ellos que estés pinchando, reconoces su sello inequívoco, lo que habla de su personalidad y de una coherente asimilación de los cambios incorporados. Es lo que le viene a la mente a uno cuando escucha Atackla, uno de los grandes cortes del álbum. A pesar del endurecimiento del sonido, sabes que estás ante una composición marca de la casa, soberbia a la hora de manejar los ritmos, los reposos cercanos al shoegaze y esa explosión final de energía capaz de ponerte los pelos de punta. La gran sorpresa viene con el corte final, Praise Be Man, en el que por primera vez en su carrera incorporan voces. Que nadie se asuste, porque éstas operan en un segundo plano, como un efecto sonoro más, y se adaptan perfectamente a una canción preciosa y cargada de psicodelia. Empros suena maravillosamente bien, algo que hay que agradecer al productor Brandon Curtis (bajista, teclado y voz de los muy recomendables The Secret Machines), que ya trabajara con ellos en Geneva. Resumiendo, Empros es el desenlace de uno de los viajes más interesantes al que hemos asisitido en los últimos años. Viendo cómo se las gastan los de Chicago seguro que no tardarán en plantearse nuevas metas y destinos, pero hasta entonces seguiremos disfrutando de una de las discografías más excitantes de este nuevo siglo.


Empros es la confirmación definitiva del estado de gracia en el que viven instalados Russian Circles, y aunque parecía difícil otro ejercicio de autosuperación que le coloca como su mejor trabajo hasta la fecha y en consecuencia el mejor ejercicio instrumental de 2011. Gracias por existir.

NOTA: 9,5/10


viernes, 21 de octubre de 2011

SCOTT H. BIRAM - Bad Ingredients (2011)


Mientras lanzaba a los cuatro vientos mi aseveración de que el nuevo disco de Sólstafir era el mejor álbum de rock de 2011, una extraña sensación de inquietud invadió mi estado eufórico, siendo incapaz de dilucidar su origen. Entonces me acordé de un pedido, un pequeño paquete, que en esos momentos estaría cruzando el Atlántico en dirección a mi humilde morada. Un desagradable sudor frío comenzó a recorrer mi cuerpo, ante la perspectiva de haberme adelantado en una sentencia que tal vez tendría que comerme con patatas. El paquete llegó al día siguiente, y en él me esperaba un disco, aparentemente inofensivo, pero con el potencial de mil bombas nucleares. Bad Ingredients, el nuevo trabajo de Scott H. Biram. Séptimo álbum de estudio (cuarto para Bloodshot Records) del denominado secreto mejor guardado del blues estadounidense, otro capítulo más en el transitar vital y compositivo de un genio injustamente relegado al underground, y cuya vida, en la mejor de las tradiciones dentro de un género maldito, está marcada por los excesos y las desgracias. Sin embargo, la mayor de ellas (ser atropellado en un accidente gravísimo por un camión) le sirvió para renacer con unas energías inusitadas que se refrendaron en esa maravilla de álbum llamado Something's Wrong/Lost Forever (2009), del que ya di cuenta en Ecos de R'Lyeh. Dos años después el texano vuelve a la carga con otra colección de canciones que ojalá le consagren como lo que es, uno de los country bluesman más grandes del país de las barras y estrellas.



Una vez escuchados los 13 cortes que componen el trabajo, ya no tengo dudas de a quién pertenece ese trono. Nada fácil teniendo en cuenta que se trata de un músico principalmente de directo, con más de una década de carrera a sus espaldas y unas maratones que le llevan a girar una media de 300 días al año. Y con todo eso a sus espaldas, el cabrón se mete en sus estudios caseros con su destartalada Gibson del 59 y no sólo se casca el mejor trabajo de su discografía, sino uno al que muchos críticos especializados del blues y el country califican sin miedo cómo el mejor álbum de lo que vamos de siglo. Razones no les faltan, pues estamos ante una obra redonda, elctrizante, versátil como muy pocas y que a pesar de lo profundo de sus raíces suena actual y fresca a rabiar. Sacrificando la rudeza punk de su anterior trabajo, Bad Ingredients gana en el cómputo global por una mayor gama de tonalidades e influencias que hacen de cada corte una capítulo diferente, pero perfectamente integrados en el sólido hilo argumental que estructura el disco. La labor de Biram a la guitarra sigue siendo espectacular, fiel a ese estilo añejo en el que los detalles técnicos arden bajo el fuego abrasador de la pasión, electrocutando con cada acorde a tus pobres neuronas, y haciéndote mover los pies a su puto antojo. Respecto a la variedad estilística, es fascinante la forma en la que este señor hace un repaso a la música tradicional estadounidense haciendo de cada tema un jodido hit sin desinflarse en ningún registro. ¿Que quieres blues sucio y punkarra? Ahí tienes Dontcha Lie To Me Baby. ¿El lado más emocional del country? Broke Ass será tu canción de días lluviosos. ¿Tradición? Pocos temas encontrarás con raíces más añejas que Memories Of You Sweetheart. ¿Canción carcelaria, tal vez? Born In Jail es un temón como la copa de un pino.¿Innovación? Pues ahí llega Victory Song, una canción que nunca te esperarías de Biram, pero que más allá de la sorpresa es una barbaridad compositivamente hablando, y uno de los hits del año, simple y llanamente. No puedo pasar por alto la cuestión del sonido, pues es increible cómo con unas herramientas de grabación de la primera mitad del siglo XX se es capaz de confeccionar un disco como Bad Ingredients, tradicional y actual a partes iguales. Eso y que este hombre se lo guisa y se lo come casi todo solo, a excepción de algunas colaboraciones muy puntuales (como la del saxofonista Walter Daniels en el genial boogie/blues de I Want My Mojo Back). Resumiendo, Scott H. Biram ha desarrollado un concepto que parecía impensable antes de él: el blues del siglo XXI. La tradición fusionada con la rabia y el alma del punk. No me extraña que sus conciertos se  llenen de esa irreal mezcolanza de rockers, rednecks, punks y metalheads. La buena música, la genial, traspasa cualquier prejuicio o frontera, y eso es exactamente lo que tenemos en Bad Ingredients. Una obra maestra de las que no entienden de nada más que su propia valía.


Junto a lo nuevo de Sólstafir, el gran disco de rock del año. Bad Ingredients es atemporal como el arte más sublime. La tradición musical norteamericana en su máxima expresión, pero con un interior que arde con la energía del siglo XXI y sus nuevas generaciones. Puñetera gozada, joder.


NOTA: FUCKING CLASSIC!!! (+10/10)


miércoles, 19 de octubre de 2011

SÓLSTAFIR - Svartir Sandar (2011)



Ya tenemos entre nosotros otro de los discos más esperados de 2011, al menos para un primigenio servidor. No es para menos, pues considero a Sólstafir una de las bandas más talentosas y especiales del panorama musical actual. Y digo lo de musical, sin entrar en etiquetas, porque hace tiempo que el cuarteto islandés dinamitó cualquier intento de encorsetar su propuesta dentro de un género concreto. Desde que comenzaran su andadura allá por 1995 moviéndose a través de un sonido muy deudor del black metal, muchos han sido los cambios que éste ha ido sufriendo hasta llegar a un punto en el que la banda tan sólo puede compararse consigo misma, una hazaña al alcance de pocas formaciones. Con Masterpiece OfBitterness (2005) ya demostraron que la nueva senda emprendida, más afín al universo post y el progresivo, era todo un acierto amén de la elección correcta a través de la cual desarrollar todo el talento del cuarteto. Su tercer largo, Kold (2009), además de otro disco soberbio, era la constatación de que no había marcha atrás, tratándose de un trabajo que profundizaba aún más en esos elementos puramente rock y progresivos, acercándoles más a My Bloody Valentine o sus compatriotas Sigur Rós que a cualquier banda metálica, a excepción de Neurosis o Cult Of Luna. A pesar de lo poco prolífico de la formación (4 discos en 16 años), tan sólo hemos tenido que esperar dos para poder disfrutar de otra nueva obra de orfebrería de estos voceros del invierno islandés. Y si esto no fuera poco, encima es un doble disco, con dos cojones.


De nuevo estamos ante un disco al que es muy difícil describir con palabras o circunscribir dentro de géneros concretos, ni siquiera dentro de una amalgama de ellos. Con Sólstafir no funciona así, y Svartir Sandar no iba a ser una excepción. Y es que sorprendentemente han vuelto a dar otro giro a su sonido, sólo que éste se percibe más en el plano sensorial que en el racional. Sí, éste es un álbum mucho más experimental que cualquier otro que hayan parido, pero siguen siendo ellos. Continúan mostrándose intratables cuando se mueven en esos terrenos de heladora épica emocional, pero parecen una formación diferente. ¿Contradictorio? Pues sí, pero como decía Hegel, el Universo es unidad y lucha de contrarios. Exactamente eso es lo que encontramos en Svartir Sandar, un Universo propio lleno de elementos que se enfrentan, colisionan con una fiereza aterradora, pero dando como resultado un todo cohesionado, infinito y único. Siguen maravillando los islandeses por su manera de evocar galaxias a través del minimalismo más austero, algo que les emparenta con Burzum, aunque las similitudes acaben ahí, ya que las herramientas utilizadas para tal fin discurren por caminos muy diferentes. Sin embargo, no es el ascetismo sonoro la única arma en el arsenal de Sólstafir, algo que se comprueba fácilmente a través del monumental metraje de su nuevo álbum. Una hora y veinte a través de la cual asistiremos a arrebatos de furia desgarrada a cargo de ese sifón emocional que responde al nombre de Aðalbjörn Tryggvason, momentos de vulnerable intimismo reminiscente de los mejores My Bloody Valentine, pasajes de infinitas progresiones que a buen seguro fascinarán a más de un miembro de Neurosis o riffs muy cercanos al rock independiente. Pero si de similitudes hablamos, la más evidente (aunque ya digo que es meramente orientativo) es la que les acerca a sus compatriotas Sigur Rós. No tanto por la propuesta músical, aunque hay puntos de unión, sino por esos trazos sonoros que pintan un cuadro de vastas y preciosas extensiones heladas capaces de calarte el alma, y al mismo tiempo interrumpidas ocasionalmente por convulsas erupciones de fuego abrasador. Como si su intención fuera describir Islandia con notas musicales, Sólstafir deviene en Svartir Sandar en toda una fuerza elemental de la Naturaleza, aparentemente anárquica y destructora, pero que al posarse las cenizas deja a la vista el paisaje más fértil y exuberante imaginable. Imposible que no se le ericen a uno los pelos del cuerpo con la épica arrebatadora de Fjara (la hubieran firmado los mismísimos Radiohead), con el arranque electrizante de  Þín Orð (un corte muy cercano al post-metal) o el clímax rockero del tremendo tema final, Djákninn. He oído ciertas críticas respecto al segundo disco que compone Svartir Sandar y el exceso de metraje que supone. Sinceramente no comparto esas opiniones en absoluto. En mi opinión el metraje es excesivo cuando las composiciones no dan la talla. Os aseguro que no es el caso. Y es que hablamos de que en esa segunda vuelta se incluyen joyas como la mencionada Djákninn o Svartir Sandar, en la que el cuarteto vuelve a retorcer la atmósfera heladora del black metal llevándola a su terreno de manera magistral. Yo al menos no querría perderme por nada del mundo esa faceta exploratoria y arriesgada de Sólstafir. Porque cada disco de los islandeses es una invitación a imaginar, a dejarse seducir por visiones nuevas y sugerentes, dejando a un lado ideas preconcebidas, prisas o prejuicios. Si eres capaz de hacerlo, Sólstafir serán tu banda de cabecera para siempre. Y serás feliz, muy feliz. Resumiendo, estamos ante otra obra maestra de incalculable (e inclasificable) valor, a cargo de una banda que tan sólo por su personalidad y autenticidad debería ser declarada patrimonio de la UNESCO.


Svartir Sandar es el mejor disco de rock del año, aunque en realidad habría que inventar una liga nueva para que hiciera justicia a la carrera de una banda que va camino de convertirse en leyenda. Yo ya estoy tallando un altar para ellos en mi habitación...

NOTA: FUCKING CLASSIC (+10/10)

jueves, 13 de octubre de 2011

TAAKE - Noregs Vaapen (2011)



La espera ha tocado a su fin, y ya tenemos entre nosotros el esperadísmo nuevo álbum de los noruegos Taake. La banda, o más bien el proyecto de ese genio que responde al nombre de Hoest, encara con Noregs Vaapen su quinto álbum de estudio, desde que comenzaran su andadura allá por 1993 bajo el nombre de Thule (1993-1995). Casi 20 años de carrera en las que Taake ha destacado como uno de los grupos más en forma de una escena, la noruega, que ha visto cómo la hegemonía del género se le escapaba de las manos en favor de países como Francia o los Estados Unidos, hoy abanderados del black metal del siglo XXI. Conscientes de ello, la formación nórdica supo desde un principio conjugar con maestría las raíces musicales del black metal noruego con otras influencias, como la pulcritud y técnica del heavy metal o los riffs contundentes de Black Sabbath, que les hicieron granjearse el respeto tanto de la vieja guardia como de las nuevas generaciones de fans. Obras maestras como Over Bjoergvin Graater Himmerik (2002) o Hordalands Doedksvad (2005) hablaban de una banda que encaraba el cambio de siglo tocada por la varita mágica de la excelencia, a pesar de los gritos estériles del sector más inmovilista y fosilizado de la escena. Su debut autotitulado de 2008 se vio como un ligero paso atrás, más por el impresionante nivel al que nos tenían acostumbrados que porque áquel fuera un mal disco, que no lo era. Consciente de ello, Hoest ha esperado tres años para pulir las composiciones y sonido de su nuevo ataque frontal a nuestras cervicales, dispuesto a reclamar un trono que por discografía siempre fue suyo.


Si algo ha caracterizado a Taake en sus casi dos décadas de historia ha sido una constante inquietud y ganas de cambio, así como una tremenda valentía para llevarlas al terreno de los hechos en un género plagado de ortodoxia e integrismos. Noregs Vaapen no es una excepción, volviéndonos a encontrar con una demoledora amalgama de tradición e innovación empaquetada en nueve cortes de una excelencia compositiva insuperable. El frío cortante e hiriente propio del black metal primigenio está ahí, pero conviviendo con unos solos heavies de infarto, y unos riffs para que te lances como un poseso a hacer headbanging. Las melodías son otra parte inseparable de la propuesta de los noruegos, una de las claves de que la música de Taake sea irresistiblemente adictiva, y por qué no decirlo, accesible. En un estilo, el del metal underground en general, en el que esa palabra es poco menos que una herejía, Noregs Vaapen abraza con total honestidad el verdadero significado de la misma, que no es otro que llegar con su música al mayor número de oídos posibles, sin que por ello se queden por el camino ni su actitud ni sus principios. Y es que ya les gustaría a la mayoría de amantes de los sonidos sucios y el black punkarra (que generalmente oculta la ausencia total de talento) acercarse siquiera un ápice a la calidad compositiva de la que hace gala el señor Hoest. De nuevo volvemos a encontrarnos con un álbum de guitarras, en el que la labor del noruego a las mismas es el eje vertebrador de todos los demás elementos del disco. Sin miedo a abrazar los postulados del black'n roll que ellos mismos ayudaron a escribir, los 46 minutos de Noregs Vaapen son una incitación constante a dejarte las cervicales en su escucha, con unos riffs muy sabbathicos pero que no pierden de vista la afilada mordiente de las raíces del black metal. Y para todos aquellos que les tachan de poco menos que traidores, ahí estan las colaboraciones de leyendas como Nocturno Culto, Attila Csihar o Demonaz para callar sus ignorantes bocas. Pero sabedores de que la mejor manera de honrar al pasado es mirar al futuro con valentía, Taake vuelven a introducir nuevos elementos en su música, en este caso en la forma de instrumentos como  la mandolina, el mellotron y el banjo (el solo que se casca Hoest en Myr es bestial!!). Tampoco hacen ascos a la inclusión de samplers, que unido a una producción soberbia (ni sucia ni sobreproducida, simplemente en su punto) dotan al conjunto de un sonido y contundencia espectaculares. Difícil se me hace resaltar un tema sobre otro, ya que los 7 son auténticas maravillas, así que directamente os emplazo a que los escuchéis y elijáis por vosotros mismos. Las palabras se me quedan cortas para describir la redondez de un álbum como Noregs Vaapen, así como los agradecimientos por la existencia de una banda con el talento y los cojones de estos tíos.


Taake lo ha vuelto a hacer, demostrando con Noregs Vaapen que la decadencia tan sólo ataca a los inmovilistas. El disco de black metal del año sin ninguna duda, que trasciende los propios límites del género enarbolando todo lo que hace grande al metal en su conjunto. Contundencia, brillantez compositiva, gancho, y unos riffs para romperte el cuello. Otra paso más en una carrera de escándalo.

NOTA: 10/10


martes, 11 de octubre de 2011

PULLING TEETH - Funerary (2011)


Hoy os invito a adentraros en los furiosos dominios del hardcore, un género que aunque no se caracteriza por su versatilidad ni heterodoxia, de vez en cuando nos regala discos capaces de tirarte de una patada al suelo y dejarte con la boca abierta. Es el caso del nuevo álbum de Pulling Teeth, un quinteto de Baltimore que en muy pocos años se ha situado como una de las mejores bandas de harcore metalizado del planeta. Formados en 2005, este grupo compuesto por ex-miembros de Slumlords, The Spark, Desperate Measures y Never Enough ha hecho gala de un nivel de actividad tremendamente alto, con cuatro álbumes y varios splits ya a sus espaldas. Su debut con Vicious Skin (2006) no pudo ser más exitoso, y sus escasos 14 minutos de metraje fueron suficientes para que aquel trabajo fuera reconocido como una de las grandes sorpresas de aquel año. Tan sólo un año después vio la luz Martyr Immortal (2007), su auténtica consagración y un demoledor álbum rebosante de mala hostia que bebía de los grandes grupos de los 90, especialmente de los titanes Integrity. Paranoid Delusions/Paradise Illusions (2009), su tercer álbum de estudio, fue visto como un pequeño paso atrás por parte de la crítica y los fans, aunque se trataba de un disco notable y mostraba a una banda dispuesta a experimentar para no quedarse estancada. A pesar de la calidad del álbum, si se notaba que los nuevos elementos incorporados, como la bajada de las revoluciones o la inclusión de guitarras acústicas y efectos electrónicos, todavía debían ser interiorizados por el grupo dentro de un todo más cohesionado. Por todo ello, las expectativas respecto a Funerary no eran pequeñas, y la gran duda era si el quinteto norteamericano se decantaría por la furia de sus primeros álbumes o la experimentación de su último trabajo.


Una vez escuchado el disco mil y una veces con deleite durante todo el verano, puedo decir que ambas facetas del sonido de Pulling Teeth conviven en su nuevo trabajo, sólo que remando en la misma dirección y conformando un conjunto compacto y coherente. Tanto que han dado como resultado uno de los mejores discos de hardcore que recuerdo en mucho tiempo y, junto a lo nuevo de Harm's Way, de lejos lo más demoledor que el género ha alumbrado en 2011. Dividido en dos partes bien diferenciadas y que corresponden a las caras A y B del vinilo, Funerary brilla en la primera con toda la furia primigenia que tan grande ha hecho a estos tíos. Misiles como las iniciales From Birth o Extinction son de los que no cogen prisioneros, y en los que además de las influencias de las grandes bandas de metalcore de los 90 se pueden advertir otras como las de los todopoderosos Slayer. El trabajo a las seis cuerdas de Dom y Mitchell es espectacular, siendo capaces de lanzarse como posesos en cabalgadas thrash, parir solos de escándalo y ya en la segunda parte de Funerary, liberar sus alas en forma de riffs muy cercanos al doom a la vez que experimentar con toda una gama de tonalidades melódicas. Volviendo a la propuesta de los siete primeros cortes, éstos no dan ni un momento de respiro (exceptuando la intro A Bitter Harvest), con metrajes que en ningún caso llegan a los 3 minutos y en los que nos recuerdan tanto a los primeros Integrity como a los Converge más despiadados. Sólo por esto ya estariamos hablando de un disco sobresaliente, a cargo de una banda que como pocas se lanza a la batalla con el machete entre los dientes, pero es que en Funerary la furia y la inmediatez son sólo el aperitivo de un banquete mucho más fastuoso. Porque con el corte que da nombre al disco y sus 10 minutos de duración, todos los esquemas e ideas preconcebidas estallan en mil pedazos. Un tema lentísimo y oscuro como una noche sin estrellas, de ambiente catedralicio y que suena a una extraña cópula entre Om y Neurosis rodeada de enfermizas voces de ultratumba. Los 7 minutos de At Peace no descolocan menos, encontrándonos con una canción bestial que se nutre de un riff pesado, maligno y 100% sabbathico, con la desquiciada voz de Mike Riley acompañada por la de Kyle Durfey de Pianos Become The Teeth, todo un acierto que convierte el conjunto en un tema intenso y con una épica brutal. Muchas son las colaboraciones en el apartado vocal, y a lo largo del álbum aparecen con mucho acierto las a portaciones de gente como Alex de Skin Like Iron, Justice Tripp de Trapped Under Ice, Jeff Beckam de Haymaker o Nick Brewer de las leyendas Pale Creation. Whispers continua con la orgía de sorpresas, configurando otro tema de escándalo con unos grandiosos coros limpios y un solo final de guitarra capaz de poner los pelos de punta. Waiting es otro de los puntos álgidos del disco, con ecos de los Melvins y un coro ultramelódico que lejos de conducir al desastre encaja a la perfección en otra canción para enmarcar. El disco se cierra con Aug 29, llena de belleza y en la que se conjugan pasajes de spoken word con arranques de furia 100% Pulling Teeth, deviniendo en el broche final de un disco genial e inclasificable.


Tal vez sea pronto para decirlo, pero con Funerary puede que Pulling Teeth hayan parido uno de esos discos capaces de marcar una época, como hicieron en su momento sus idolatrados Integrity con Those Who Fear Tomorrow. Lo que si es seguro es que nos encontramos ante el que de largo es el mejor álbum de hardcore de 2011.

NOTA: 10/10


ENSORCELOR - Crucifuge (2011)




2011 nos sigue regalando sorpresas, que unidas a los lanzamientos de los grandes nombres están haciendo de este año uno de los más fructíferos que recuerdo. Mi intención era reseñar albumes como los de Wolves In The Throne Room o Machine Head, que tenía pendientes a causa de las vacaciones, pero tal ha sido la impresión que me ha causado el disco que hoy traigo a Ecos de R'Lyeh, que me he decantado definitivamente por este tremendo debut a cargo de una banda con un futuro espectacular por delante. Ensorcelor es un joven quinteto canadiense, más concretamente de Montreal, formado hace tan sólo un par de años. Con las ideas muy claras y tan sólo un año después de su nacimiento, el grupo saca su primer material a la calle en formato EP (aunque realmente fue grabado en 2009, lo que añade aún más mérito al asunto). Se trataba del fantástico Urarctica Begins (2010), una rabiosa mezcla de sludge, doom y black metal que tampoco hacía ascos al atmosférico de corte más oscuro, y que recibió muy buenas reseñas por parte de la crítica especializada. Con una efervescencia creativa que parece no tener límites, ese mismo año graban lo que será su debut en formato LP, Crucifuge, y que ha tenido que esperar a 2011 para ver la luz a través de Media Tree Recordings (en Europa distribuye Psychic Assault).


Lo primero que llama la atención de su primer larga duración es eso, su denominación como tal. Porque su duración es menor que Urarctica Begins y tiene menos canciones. Curioso, aunque en géneros como el doom y el black atmosférico estas líneas divisorias pierden bastante su sentido. Y es que Crucifuge se estructura alrededor de dos mastodónticos cortes, By Mycomancy Insumed y Crucifuge, donde el primero alcanza los 15 minutos y el segundo se estira hasta los 20, correspondiendo a las caras A y B del formato vinilo en el que ha sido editado. Centrándonos en lo musical, nos encontramos con una banda que en muy poco tiempo ha dado tremendos pasos adelante, además de incorporar a su sonido toda una serie de nuevos elementos. Porque no sólo nos encontramos con unas composiciones más compactas y homogéneas, sino que éstas transcurren por sendas diferentes a las abiertas por su primer EP. Bajando el pie del acelerador (que tampoco el coche viajaba en quinta, todo sea dicho), Ensorcelor hacen hincapié (con todo acierto) en una lentitud que les acerca aún más al doom y que acentúa unas composiciones creadas para quedarse talladas en tu alma a base de lentos e inmisericordes martillazos. Por otro lado, el lado blacker de la formación se mantiene en plena forma, lo que unido a una mayor presencia de elementos atmosféricos te hará sentir desnudo y perdido en mitad del crudo invierno canadiense, calado hasta los huesos y rodeado de una oscuridad impenetrable. Puro deleite para nuestros impíos oidos, vamos. Otro de los aspectos que hace excelso a este disco es la maravillosa presencia de unas melodías que visten a la bestia con ropajes de raído terciopelo, impregnando Crucifuge de un halo de retorcida belleza atemporal que por momentos puede recordar a los primeros My Dying Bride. La forma en la que fluyen los dos cortes es algo que también me ha sorprendido sobremanera, ya que por estructura se asemejan mucho a los esquemas de un género aparentemente lejano como es el universo post. Y es que nos encontramos ante dos edificaciones inmensas, de dimensiones ciclópeas y formas imposibles, que comienzan desplegándose con exasperante lentitud mientras van incorporando capas y capas de sonoridades, añadiendo peso a un armazón que según transcurren los minutos se eleva sin límite bajo un cielo sin estrellas, para acabar explotando en un final catártico, intenso y genial. Especialmente remarcables son los tres minutos finales de Crucifuge, en el que palabras como energía, emocionalidad y épica cobran nuevo significado, y que a un servidor le han puesto literalmente los pelos de punta. Haciéndote olvidar el reloj y los esquemas preestablecidos, los canadienses han parido un trabajo que te mantendrá atrapado por sus detalles, mil tonalidades que convergen en un negro absoluto, hambriento, que devorará tanto tu atención como tu alma en un maelstrom de malsanas energías, y en el que su indudable belleza es otro recordatorio de que la oscuridad no tiene por qué ser monopolio de la rabia y la bestialidad. Poco más que añadir a una obra soberbia y arrebatadora, con una capacidad para emocionar del que pueden hacer gala muy pocos discos hoy día. 


En un año lleno de triunfos, Crucifuge se ha ganado un puesto entre lo mejor de 2011 con un disco que más allá de géneros como el black metal o el doom, tan sólo puede definirse en base a las sensaciones que despierta. Capaz de calarte hasta el tuétano, Crucifuge es el Invierno encerrado entre surcos de vinilo. 

NOTA: 9,5/10



jueves, 6 de octubre de 2011

THE ATLAS MOTH - An Ache For The Distance (2011)



Antes de nada quiero saludaros a todos los que seguís el blog, tras un mes de ausencia disfrutando de unas maravillosas vacaciones en China. Ya con las pilas cargadas, y algo abrumado por la cantidad de grandes discos que han sido publicados en el mes de Septiembre, vuelvo a coger las riendas de mi humilde cubil de malignidad (gracias por cuidármelo, pendejos!). Y en mi línea, no lo voy a hacer con ningún disco de los que más han dado que hablar, sino con una banda de esas consideradas de segunda línea, pero que estoy seguro que con este álbum van a dejar a muchos con la boca abierta. The Atlas Moth es una banda de sludge de Chicago formada en 2007, con el ex-Twilight Stavros Giannopolous a las voces y guitarra. Tan sólo un año después de su nacimiento el quinteto lanza el notable EP Pray For Tides, estupenda carta de presentación que les abre las puertas para que en 2009 vea la luz su debut con Candlelight Records, A Glorified Piece Of Blue Sky. Aquel disco se coló como uno de los mejores y más sorprendentes debuts del año, merced a una valiente propuesta en la que el sludge más abrasivo era fusionado con sintetizadores, marañas sónicas a cargo de tres guitarras y una variedad de registros vocales nada habitual en un disco de esas características. Girando sin descanso y a sabiendas de contar con un gran álbum a sus espaldas, The Atlas Moth se fue granjeando una nada despreciable base de fans dentro del underground estadounidense, lo que les valió fichar por Profound Lore Records, probablemente el sello metálico más insigne de Norteamerica (el sello es canadiense).


Una vez situados, vamos a lo importante. Siendo claros, An Ache For The Distance es un trabajo acojonante, imaginativo y tremendamente valiente. Adscribiéndose a la tónica general de Profound Lore, The Atlas Moth presentan un disco al que es muy difícil encorsetar en un género concreto debido a su enorme transversalidad. Porque aunque las furiosas raíces sludge están ahí, los aleteos del quinteto les han llevado tan lejos y a paisajes tan diferentes que sería todo un error incluirles en el saco de formaciones como Sourvein, por poner un ejemplo. Y es que todo lo que se intuía en A Glorified Piece Of Blue Sky está aquí consolidado, aumentado y mejorado. Mientras que en aquel las deudas todavía eran más que evidentes, en An Ache For The Distance nos encontramos con una criatura libre tras romper su capullo (siguiendo la línea del nombre de la banda...), y que se adentra sin temor en una variedad casi inagotable de sonoridades e influencias para conformar su actual estado vital. Obrando como genetistas locos en su propio organismo, los estadounidenses han añadido a un genoma repleto de doom, sludge y post-metal toda una serie de hélices provenientes de la psicodelia más oscura, el universo post en su totalidad (rock y punk), el krautrock e incluso unas líneas de guitarras que por sus melodías miran directamente al indie. Respecto al trío de guitarras, hay que destacar que lejos de ser una fanfarronada o algo estéril (lo que suele ocurrir la mayoría de veces), en este caso nos encontramos ante una simbiosis perfecta que da como resultado una intrincada estructura de sonoridades capaz de seducir y atrapar tu atención sin remedio, y que a pesar de la oscuridad reinante a lo largo de los 9 cortes que componen el álbum, irradian una extraña sensación de belleza. Algo que viene apoyado por las voces limpias de David Kush, más presentes aquí que en su debut de hace dos años, y que sin caer en el recurso fácil ni en los estereotipos, se integra perfectamente en el tapiz sonoro de la banda, expandiendo aún más unas fronteras que se antojan inalcanzables para el común de los mortales. Pero si de voces hablamos, la verdadera estrella es ese animal que responde al nombre de Stavros Giannopolous, cuya labor a lo largo del álbum es simplemente soberbia. Iracundo, desquiciado, inmenso y con un registro muy personal, su aportación es capaz de ponerte los pelos de punta, amén de complementarse impresionantemente con su compañero dando como resultado una gama cromática muy difícil de alcanzar por cualquier otra banda. El mayor logro de An Ache For The Distance es la manera en que integran toda esa miríada de influencias en un todo compacto y coherente, y que lejos de agotar la pobre mente del oyente, se alza como una obra tremendamente adictiva y accesible, toda una hazaña teniendo en cuenta los parajes de procedencia de estos señores. Desde el inicio con esas maravillosas guitarras de Coffin Varnish, pasando por el piano y las influencias del Este en Gemini a la final y desquiciada Horse Thieves, tendrás la sensación de que te encuentras ante algo muy especial, único y que una vez te enganche es muy difícil que te suelte a lo largo de esta espectacular travesía de 45 minutos. Poco más puedo añadir ante una obra soberbia, de lo mejorcito que he escuchado este año. 


The Atlas Moth han conseguido encontrar su identidad, su lugar, en un Universo multifacético habitado tan sólo por ellos. Que lo hayan conseguido en su segundo álbum nos habla de una banda que que quema etapas a una velocidad sólo soñada por la mayoría de bandas. De cabeza a lo mejor de 2011.

NOTA: 9,75/10